Por Diego Bartalotta
Sueñan con ahorrar y salir del barrio, aunque de a momentos saben que es muy difícil. Quizás sea el único relato que compartan con las autoridades municipales y la Corte Suprema de Justicia, que allí no se puede vivir.
Petrona recibe cuatro bidones de agua por día que administra para sus tres hijos, debe caminar diez cuadras hasta la entrada del barrio para conseguirlos.
Carolina
lleva catorce años viviendo en Inflamable,
antes alquilaba una pieza en Villa Pueyrredon a 250 pesos al mes, los noventa
dejaron a su marido fuera de la fábrica y también fuera de la Ciudad de Buenos
Aires. El desaliento de sus palabras sugiere que pensaba estar aquí
transitoriamente.
Su
casa esta construida sobre el agua, al igual que otras que intentaron ganar
terreno a la laguna. “La relocalización que nos prometen es cerca del basural
del Ceamse, que también es contaminante”. Recibe solo dos bidones diarios.
Ninguna
se anima a denunciar el manejo clientelar de algunos punteros con los bidones.
Ramón me lo confirma mas tarde, los mismos de distribuyen de manera arbitraria.
Aquí el agua adquiere un valor incalculable en otros lares, quizás anticipe algún
conflicto bélico del siglo XXI.
Ambas
toman con naturalidad el andar de las ratas, aunque se sorprenden de las nuevas
serpientes que salen de los juncos y se mezclan entre los juguetes de los
chicos. Petrona, de familia campesina, mato una ayer y nos convence de no
tenerles miedo.
Norma
vive al fondo del barrio, muy cerca de la Shell, su sonrisa denota esperanza,
quizás porque haya sido una de las precursoras en desafiar lo establecido, lo
natural para muchos funcionarios. En el año 2004 junto a un grupo de vecinos
presento ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación una demanda contra el Estado Nacional, la provincia de
Buenos Aires, el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y 44 empresas,
aludiendo daños por múltiples enfermedades que habían sufrido sus hijos y ellos
mismos a raíz de la contaminación de la Cuenca
Matanza-Riachuelo.
A
lo largo de la charla el olor parece penetrar por las retinas, por culpa y
respeto hago como si nada pasase. Llegamos a la puerta de la casa de Diego, que
como la mayoría, se dibuja de maderas podridas, retazos de chapas y algunos
adornos futboleros. No falta la estatuilla de la Virgen María.
Diego
recibió 4 tiros por la espalda cuando ingresaba a su casa en una disputa de sus
hermanos en el barrio. Quedo cuadripléjico, postrado en una cama que ocupa casi
la totalidad de la habitación, que sin ventanas y con un televisor encendido
hacen que la humedad sea tan visible y tangible como su cuerpo inmóvil.
En
el piso de la habitación hay un centímetro de agua, por ello su mujer y sus tres hijos suelen andar descalzos. Le
hicieron decenas de promesas para arreglar su casa que tiene agua
permanentemente porque brota del mismo suelo. Ramón y varios vecinos llevaron
tiempo atrás una bomba para extraer el agua. La solución fue efímera.
Después
de mucho insistir consiguieron que una orden del juez Armella torciera la veda
e ingresaron arena, cemento y escombro para realizar algunas refacciones.
Mas
allá de la desesperanza habitual, “Diego cambio su actitud” afirma Ramón, ya
que muchos vecinos laburaron para mejorar sus condiciones materiales.
“Ve
esperanza para sus hijos. Su esperanza seria salir de ese lugar y terminar esa
etapa de su vida”
Justo
en la entrada, sobre Génova y Ocantos, veo pasar el colectivo 570 que recorre
el barrio hasta el fondo por la única calle pavimentada. Decido caminar algunas
cuadras con Ramón en búsqueda del 134, que presiento hará mas rápido. Dejo
atrás el cuadro presencial y viviente de Berni, donde miles de Juanitos Laguna
esperan una respuesta.
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